jueves, 8 de enero de 2009

Una vieja carta...

Por qué hacer pública una carta, escrita por una persona determinada para que la lea solamente otra persona determinada. Porque en ella puse en palabras algo que creo que ningún escritor puede convertir en método y eso es, basicamente, la desgarradora necesidad de poner en palabras algo de naturaleza no lingüística.

Sin más preámbulos, la dichosa carta a la señorita Claudia Vespa, mi maestra (lo distingo clara, positiva y pervesamente de profesora) del Taller de Expresión I en mi ya amada FSOC.


En la última página de la carpeta apareció un “Nota final” acompañado de un numerito. Duetos de esta clase suelen aniquilar las cursadas, llenando de alegría a los alumnos que al grito de ¡zafé! –o similares– procurar rajar del recinto a paso acelerado.


Sinceramente y sin menospreciar de ninguna manera a mis amadas vacaciones, puedo casi asegurar que pronto voy a extrañar esas tardes de lunes en la pequeñez del aula 203. Atribuyo a esa pequeñez, y no tanto a la calidez humana del grupo, las entrañables amistades que allí se dieron cita semana tras semana. No quedaba otra, estábamos todos apilados como cajas por llenar... ¡Y como nos llenamos/llenaste! Habría tan sólo que corregir nuestra naciente tendencia al asesinato de personajes antes que algún ñato predique que en el aula 203, a las cinco de la tarde, se hace apología la violencia, pero que más da.


En lo personal, no sé si cambió mucho, poquito o nada mi escritura –dureza de coco por medio– pero sé que a fuerza de algunos gustos y muchos disgustos, el taller me ayudó a encontrar un estilo y a usar todo un puñado de elementos para empezar a desarrollarlo.


“La escritura es 80% transpiración, 20% inspiración”, decías... está para slogan de antitranspirante... ¿me dejás vender la idea? Lamento tanto esa diferencia que no nos va a dejar sentarnos a en un café a decir: ¡Faaa mirá cómo transpiró éste o mirá cómo transpiró el otro! Por supuesto que no hablo de la inspiración como una suerte, ni como un popo de paloma que te cae en la cabeza y te impregna con algo más que una mancha; pero sí como la mágica diferencia que hay entre sentarse a escribir y escribir sentado. Puedo asegurarte que, al menos en mi, la diferencia es innegable; aunque quizá sea más una flaqueza mía que otra cosa...


Respecto a los teóricos, voy a tratar de no matarlos; pero después de haber asistido a casi todos, creo que si no hubiese asistido a ninguno, las diferencias no serían muchas. Igualmente te digo lo que antes, puede que sea por características mías. Habría que preguntarle al resto.


Qué más puedo decirte… Gracias por la paciencia y por saber arreglártelas cuando no leíamos nada. No tantas gracias por tu voz, que cuando leías me hacía trampa, me taponaba el odio con una dulce melodía, ayudándome a no escuchar ni una sola de las palabras que decías. Así, cuando después preguntabas “¿qué les pareció?”, no tenía ni una idea que decir. Por suerte siempre estaba allí mi queridísima Belén, o la tan pizpireta y no menos queridísima niña Magaña para salvar las papas.


Realmente me encantó el taller. Por vos, por los adorables compañeros, por las cosas que hicimos. Y no niego el haberme querido rajar de alguna clase por no aguantar más el aburrimiento –por cierto, el amigo Ricoeur hizo lo suyo–, pero con la misma sinceridad te cuento que no me pasó más de dos o tres veces. La mayoría fueron goces, la mayoría fueron gustos, hasta este final en el que, a lo “Pichuco” Troilo, me hubiese encantado tener un sombrero para quitarmelo y mientras lo aventaba como una Miss Universo decirte: ¡Hasta la próxima, Claudita!


A falta de más cosas que decir, me despido, no sin antes dedicarte un suave, pero cariñoso abrazo; un beso y un “aios”, que con la “d” entre la “a” y la “i” suena tan triste y sin ella tan simpático.


Hasta siempre,


Dani Bianchi –odio usar los nombres enteros... y vos los usaste taaaanto–


1 comentario:

jude dijo...

ay que lindo lo q escribiste,